Por Fernando Point
Metrópoli / Comer Crítica Madrid
En Chamartín hay ya una pequeña tradición de buena cocina libanesa, desde hace cuatro decenios nada menos. Es decir, desde que François Dfouni, que años antes había estudiado Farmacia en Madrid, regresó a esta ciudad huyendo de la pavorosa y larguísima guerra civil que asoló un país y abrió en 1975, al final de la calle de Serrano, su De Funy. Era el primer establecimiento libanés jamás conocido aquí, que a tantos madrileños jóvenes de los 70 y 80 enseñó a apreciar los mezze o los pinchos kefta de carne picada. Cerró en 2005.
Ya en los 80 llegaba un refuerzo bajo forma un tanto camuflada: fue el excelente Sayat Nova, restaurante armenio muy bien regentado por el sonriente señor Keuchkerian. Desde que tantos armenios encontraron refugio en el Libano en su diáspora tras las matanzas turcas de los años 20, su cocina se ha enriquecido adoptando la gran mayoría de las mejores recetas libanesas y así lo reflejan todos los restaurantes armenios del mundo. Sayat Nova desapareció, reabrió milagrosamente casi años más tarde en su mismo local de la calle de Costa Rica, pero hace pocos meses cerró de nuevo, y esta vez parece muy definitivo. Sin embargo, manteniendo viva la llama, aproximadamente al mismo tiempo se inauguró el Solidere – que es un barrio de Beirut- en este chalet de Ramón y Cajal esquina a Alfonso XIII, en el que los aficionados veteranos ya recordarán a algunos predecesores. Esperemos que el nuevo inquilino tenga un largo recorrido. Por lo visto, hasta ahora, lo merece. Dentro de la familia de las cocinas del Mediterraneo oriental- la turca, la egipcia, la griega, la siria…-, la del Líbano se distingue por una particular delicadeza. ¿Será por su histórica cercanía cultural a Francia? En todo caso, lo que hemos probado en su luminoso comedor es de primera fila. Primero los entrantes o mezze, con esas sabrosas cremas que se toman con pan ácimo, el hummus(de garbanzos y sésamo) y el mutabal(de berenjenas ahumadas y yogur) y también otra menos habitual por estos lares, el muhammara( pimientos rojos, nueces y esencia de granada: exquisita). Más mezze: las warak enaf (hojas de parra rellenas) o los arayes (pan ácimo tostado al carbón relleno de carne picada y queso fundido).
Casi, casi, una comida completa. Pero no hay que perderse los platos principales, desde esas brochetas kefta meshwi (que aquí hacen combinando carnes de ternera y cordero picadas) hasta el faruj meshwi(pollo marinano y asado al carbón, cosa que se nota, y bien agradablemente), pasando por lo más típico, el lahem meshwi, esa brocheta de cordero que aquí llamaríamos pincho moruno. Unas empanadillas dulces Atayef, o la clásica baklava, rematan bien el festín. La carta de vinos no es carta, es más bien un sello postal. Tiene un buen rasgo de humor: no falta el rioja Señorío de Libano. Pero un solo (y, eso sí, muy agradable) vino libanés, el Chateau ksara Réserve du Couvent 2011. La gran tradición vitícola del valle de la Bekaa merecería estar mejor representada, incluso con algún blanco. Esta buena cocina debería verse mejor correspondida en la bodega.
COCINA …………………………………. NOTABLE
SERVIVIO ………………………………. NOTABLE
BODEGA ………………………………… APROBADO
DECORACIÓN/HAMBIENTE ……NOTABLE
CALIFICACIÓN GLOBAL 14/20